Juan 17,1-11ª. ?Yo voy a ti?
«En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».
La lectura del Evangelio de hoy nos introduce en la oración sacerdotal de Jesús. Es como si nos dejará entrar en su momento más íntimo de relación con Dios. Como si a nuestro lado escucháramos su oración en voz alta. Impresiona la intimidad, la confianza, la complicidad entre Jesús y su Padre. Jesús le abre a Dios su corazón y le expresa su certeza de que ha llegado su hora. Todos los últimos acontecimientos hablan de como la tensión es creciente. Los fariseos y el Sanedrín están moviendo sus hilos. Judas está distante y alejado. En Jerusalén se palpa la tensión. Le pide al Padre que transforme su miedo y su dolor en un motivo de glorificar a Dios. Que su muerte se convierta en las puertas abiertas a la Vida Eterna.
La Vida Eterna se define como conocimiento, pero en la cultura judía, conocer no alude solo al conocimiento intelectual, a acaparar datos, a recibir información, sino al encuentro con el otro que lo llena todo de sentido. La Vida Eterna es una relación, es un diálogo inacabable, es la entrega y la recepción de la propia vida y de la de Dios. Jesús pide al Padre la consumación de toda su vida, la plenitud de la entrega por amor. Es una invitación a que nuestra relación con Dios y nuestra oración vaya ganando en densidad y en madurez. No es solo pedir, no es solo agradecer, no es solo adorar. No es la repetición de oraciones aprendidas. Orar es acompasar el latido de nuestro corazón al latir del corazón de Dios. Jesús y el Padre miraban en la misma dirección. Nosotros, sus hijos. Jesús ora por ti y por mí. Ora por sus discípulos. Sabe que estamos en el mundo. Sabe que nuestras preocupaciones y prioridades muchas veces son muy terrenas.
Nos preocupa el futuro, la seguridad, el trabajo, la salud. La situación mundial. Nos asusta la muerte, la enfermedad, las pérdidas de seres queridos. Jesús sabe lo que llena nuestro corazón, por eso nos invita a levantar la mirada. A buscar las cosas de arriba. A levantar los ojos al cielo y descubrir que desde su Resurrección el destino de la humanidad no es el poder de la corrupción, sino la Gloria de Dios, el poder de su amor resucitado, que restaura todo lo sufrido. Ya no habrá llanto, ni muerte, ni dolor. Porque Dios hace nuevas todas las cosas.